Anécdotas inmobiliarias para no dormir
De esta historia, evidentemente, no somos testigos, puesto que habiendo mediado nosotros en el contrato de alquiler, no hubiera tenido lugar un despropósito tan desvergonzado. Semejante dislate sucedió en Valencia ciudad, hace alrededor de una década.
Menganito entró como inquilino en un apartamento relativamente céntrico, ubicado en la ciudad de Valencia. El propietario le advirtió, con un énfasis que invitaba a despertar recelos, de que había una puerta que no podía abrir, aduciendo que la utilizaba de trastero para guardar muebles polvorientos y diversos cachivaches.
Poco antes de un trimestre después, Menganito oyó ruidos festivos que parecían provenir de aquella puerta. Al principio, pensó que lo más probable es que algún vecino díscolo estuviese superando con creces los decibelios permitidos.
A medida que Menganito afinaba el oído, se iba haciendo más y más consciente de que el estruendo musical emanaba de aquella puerta maldita. A la sazón, se decantó por abrirla sin miramientos de ningún tipo, con ahínco y ademán impetuoso.
¿Qué se encontró tras irrumpir con arrojo en el cuatro prohibido? A otro inquilino que habitaba en la misma vivienda. Se trataba de una mujer joven y de una simpatía arrolladora.
LO MEJOR DE TODO: ¿Cómo terminó la historia tras este sorpresivo encuentro?
Ninguno de los dos le reveló al propietario que habían descubierto el pastel, porque no querían arriesgarse a perder el privilegiado precio que estaban pagando por el mismo, el cual, también, era digno de levantar suspicacias.
Finalmente, trabaron una amistad tan estrecha que terminaron, dos años después, celebrando su matrimonio en una Iglesia próxima a la Catedral de Valencia. Y para más inri, hicieron testigo al pícaro del propietario, quien palideció al recibir la invitación a la boda. Una historia más desternillante que un cómic de Mortadelo y Filemón.
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